Incomprendida. Así es como se siente esta película cada vez que repito alguna de sus secuencias musicales. Aunque habría que admitirlo: de manera separada, las canciones tienden a disfrutarse de manera diferente, sin el peso de esta historia de eterno sufrimiento. La densidad del relato épico de Víctor Hugo nunca consigue dar tregua a sus personajes, que atraviesan el mundo, dudosos, pero esperanzados; sin embargo, entre melodías, el peso emocional puede sentirse entre ligereza y hasta mayor profundidad de las emociones del relato. Sinfín de pequeños momentos, significantes e insignificantes marcan la obra literaria, de la cual se rescatan los viajes de los personajes para armar la hoy famosa historia.

En el 2011, sin que nadie se lo pidiera, llega Tom Hooper y decide que quiere volver a filmar una versión de la clásica novela convertida en musical. Esta vez, para ahondar en el dramatismo de la historia y melódico sufrimiento, Hooper decide grabar a los actores cantando durante la filmación de cada escena, en lugar de tener una pista pregrabada de estudio. Y claro, no hay más de una línea de diálogo que no sea cantada en esta película; el reto era cantar con cada toma que se quisiera filmar; por suerte, la visión nunca fue la de una grandilocuente y pulida ópera.

Anne Hathaway es Fantine en Les Mis. Esperanza.

En su momento, el “atrevimiento” del director (que había ganado el Oscar un par de años atrás) fue reconocido y aplaudido. Hoy, luego de su des-éxito con Cats, el recuerdo de Les Misérables permanece como la consideración específica de un experimento que funciona y cautiva, pero que se sostuvo en taquilla más por el conocimiento de la fuente literaria original. Claro está: su propia naturaleza musical aún precede las opiniones y reacciones que puedan registrarse del público en general. La preferencia generalizada por ver matanzas y violencia antes que ver a personajes cantando en pantalla todavía se escapa de mi comprensión.

Y sin embargo, la curiosidad la llevó a que se la reconociera más de lo esperado. El respeto histórico por el relato atrajo tanto fanáticos como detractores; tanto premios como buena recaudación económica. Por suerte, al volver a verla hoy, nada de eso tiene peso. Es el respeto y amor que tiene Hooper por estos personajes lo que sostiene las nuevas ideas que se plasman con cada escena de la película. Si durante años se veían las reiteraciones en un escenario, sin más dramatismo que la voz de los cantantes, aquí, las notas hablarían desde la profundidad de los personajes.

Russell Crowe y Hugh Jackman son Javert y Jean Valjean respectivamente. Justicia.

En esta Les Misérables, los encuadres son precisos. Aquellos acercamientos a cada rostro solo son acentuaciones de las palabras que deben expresarse, entonadas entre los secretos y deseos que nos transmiten desde sus emociones en el interior. Así es como se avanza una historia enmarcada en el género musical: al profundizar en los personajes a través de las canciones. Entonces, como aquí ya las canciones se conocían (al menos, para algunos), el truco está en presentarlas desde ese mundo de injusticias y dolor, atravesado por tremendas demostraciones de amor y esperanza en las grandilocuentes —y, al mismo tiempo, tremendamente íntimas— melodías.

De esa manera, la grabación en vivo de las voces le agrega la cruda sensación de proximidad con los personajes. Las notas que deben expresar la emoción del momento quedan balanceadas entre entonación y actuación. Más aún, pequeños cambios de las notas y cómo son cantadas por los actores de la película subvierten las expectativas de versiones anteriores, solo para elevar la personalidad de esta versión. Así, la orquesta (grabada de manera posterior) sigue las voces y se acopla al ritmo y personalidad de cada actor y actriz. Lejos de interrumpir, el arreglo sostiene y eleva aquellas tonadas clásicas para darles un nuevo aire orquestal. Es el acompañamiento celestial —desde el sonido— al estilo terrenal (desde la imagen) que Hooper le da a la historia.

Eddie Redmayne y Samantha Barks son Marius y Eponine. Amor.

Entretanto, mientras pasa el tiempo dentro de la historia, los conceptos principales no se pierden. Los sentimientos de rebelión, de salvación, de traición y de justicia se entremezclan con destellos de unión y de amistad, junto a vestigios inevitables de amor y compasión que terminan de pintar el escenario rojo sangre. Pero, sobre todo, la indiscutible fe que cada personaje y cada bando de la historia posee. Cuando la muerte es inevitable, el sufrimiento se queda con los vivos; no hay personaje que no se aferre a su más profunda felicidad para cruzar al otro lado (excepto, claro, el temerario inspector, que muere de confusión y compasión). Es así como una canción se convierte, más que un deseo humanos, en una oración, una plegaria, una súplica.

Al final, una visión específica consigue demostrar las vertientes de una historia que puede enmarcarse distinto y tener mérito por hacer funcionar el experimento. Ese que hoy puede verse como una manera más de hacer una película musical. Un experimento incomprendido que tiene más peso hoy por sostenerse solo, entre sus imágenes y buenas interpretaciones.

Aaron Tveit es Enjolras. Rebeldía.

En Les Mis no puede haber canción favorita. El ánimo del día dirá cuál es más apropiada de escuchar; el momento dirá cuándo es mejor cantarla con ella en voz alta; la canción misma guiará el sentir de las emociones. El gusto de cada quién dictará cuál actor lo hizo mejor y cómo tal o cuál versión es mejor. El tiempo sostendrá (como ya lo ha hecho) las ideas y motivaciones tan humanas que caracterizan esta historia, como la vida misma, envolvente, melancólica y llena de esperanza, llena de música interior.

Revolución.

Comedia.