La línea entre series de televisión y «películas de varias horas» cada vez es más borrosa. La cualidad episódica que caracterizó las producciones de la tele durante tantos años se diluye conforme se producen más “historias limitadas” que atraen nombres más reconocidos y al público (el cual igualmente no quiere ver nada muy largo) por igual. Eso, como fenómeno, debemos dejarlo existir y evolucionar conforme los hábitos de consumo televisivo vayan cambiando y adaptándose. La suerte es que varias producciones recientes consiguen combinar ambas realidades de narración en tele y dar resultados más que satisfactorios para los que vemos poco a poco y para quienes disfrutan hacer maratones.
Como increíble ejemplo de eso está Normal People, la nueva serie de Hulu basada en una popular novela de Sally Rooney. Este, de manera particular y muy atinada, es un vistazo a los encuentros y reencuentros de Connell y Marianne, quienes son compañeros del colegio y cómo la vida los une en varias ocasiones a través del tiempo, una vez que entran a la universidad. Diferente de muchas series que dependen de un enganche de misterio o suspenso, esta resulta historia de meras viñetas y saltos en el tiempo, mostrando solo las acciones y reacciones entre ambos personajes. El enfoque de cada episodio se centra en la relación de estas dos personas y cómo cada interacción es parte de la dinámica que poco a poco construyen luego de dejarse ir por la conexión cósmica que parecen tener. La atracción entre ellos es solo el comienzo de algo más que sucede allí.
El secreto de que eso sea exitoso es el cauteloso acercamiento que le da el director de la primera mitad de los episodios, Lenny Abrahamson (Frank, Room) (luego, Hettie Macdonald toma las riendas). Con increíble gusto por la estética visual y merecida suavidad de los colores, cada escena de Normal People tiene un cuidado milimétrico que surge de las intenciones de una visión bien estudiada, desde la escritura y hasta la dirección. La sencillez aparente de cada episodio nunca cae en la simpleza. Cada conversación que tienen ambos protagonistas parece tomada de la realidad, con tintes mundanos y de melodrama, pero la estilización formal que aporta el director las hace parecer como su fueran discusiones filosóficas fuera de este mundo. Resultan diálogos frescos y muy inteligentes que le dan un sentido especial para que cada palabra cuente y tenga un sentido; así, conforme avanza la serie, mientras ocurren con menor frecuencia, se vuelven más importantes.
Esa estética de lo sensible (planteada desde la dirección) permite que se sienta un cariño y respeto desde la producción y hasta la sensibilidad de los personajes. La evolución de los individuos pero en el contexto de los encuentros y reencuentros de este chico y esta chica. Dos seres humanos que crecen a su propio tiempo y a su manera. Entre las nuevas amistades, las problemáticas familiares, los recuerdos que marcaron sus vidas; todo sin perder de vista que el tiempo pasa y que las cosas cambian y que depende de cierta observación específica el darse cuenta de si los demás cambian, si uno mismo cambia. Eso es tomado desde la individualidad de cada personaje y en cómo se entrecruzan los caminos de dos vidas compatibles en tantos niveles.
Este es un mundo de conflicto y sufrimiento, pero de profundo respeto y naturalidad ante los cambios de la vida, lo cual se traduce en el aspecto sexual de la serie, parte vital de la vida y de las dinámicas entre los personajes. El erotismo de las escenas (filmadas magistralmente) funciona como profundización del mutuo deseo que surge entre estas dos personas que conectaron desde la primera vez. La intimidad va más allá de un mero recurso narrativo; es parte de su unión consciente e inconsciente como almas que se encuentran. Una vez que comienzan a estar juntos más seguido, la zozobra de la separación pesa en ellos y en la serie; los indicios de un final de cuento de hadas se pierden conforme pasan los episodios. De alguna manera, eso pareciera ser adrede; pero, ¿por qué el amor entre ellos parece tener tantas dificultades?
La respuesta está escondida entre las líneas narrativas de cada episodio. En los orgullos y miedos que sobrellevan las personalidades. Aquellos conflictos familiares que se interponen en el camino o los prejuicios personales de miedo e incomodidad que presenta la vida de vez en cuando. En Normal People, el encuentro emocional está en la perspectiva de cada momento, en la inigualable conexión química que tienen estos personajes, en cómo ellos aprenden a quererse y nosotros, su audiencia, los conocemos a profundidad y logramos encontrarles la honestidad y las complejidades que los caracterizan a través del tiempo. Por suerte, las contradicciones y fallas humanas son interpretadas de manera magistral por Paul Mescal y Daisy Edgar-Jones.
Entonces, desde la serie, como parte de una representación de la vida, llegamos a creer en esa aparente normalidad. Nos planteamos la vida pensando que las cosas que hacemos caben dentro de cierta burbuja tan monótona que hasta puede parecer aburrida. Lo cierto es que cada paso y decisión que tomamos en la vida es parte de una historia en constante cambio que se escribe desde el punto de vista más importante para quien lo vive, y eso la hace tremendamente interesante. Igualmente, por más que abunde la simplicidad desde la manera en que está concebida Normal People, cada escena y decisión creativa la elevan a complejidades increíbles y merecidas que la colocan muy por encima de una aparente normalidad. Así, lo cotidiano es suficiente para ser dramatizado en doce episodios de tremendo valor dramático y formal. Entonces, como la vida misma —sea la propia, la ajena o la de estos personajes—, por más que se piense que todo va a caer en lo ordinario, solo hay que darse cuenta de que cada pequeño paso puede ser y sentirse extraordinario.