Qué interesantes se vuelven las películas de temática religiosa cuando no toman partido ni pretenden hacer llegar al espectador algún tipo de mensaje. Y no es que pretenda traerme abajo las buenas intenciones de ese tipo de filmes, pero es que resulta más interesante cuando una historia no está pendiente de hacernos reflexionar hacia un lado específico de la ecuación; cuando son evidentes en sus mensajes un tanto manipuladores, si se quiere. Claro, eso no quiere decir que las reflexiones no sean posibles en el reciente estreno (y dentro del cine en general): venida desde Polonia, Corpus Christi es la historia real de Daniel y su curiosa estadía como sacerdote en un pueblo.

Traída al país gracias a su nominación a película extranjera en los Oscar (porque eso mínimo hay que agradecerle a esos premios), Corpus Christi entra silenciosa, pero contundentemente a las salas. Y qué silencio más importante trae consigo esta película. Cuando Daniel llega, por diferentes circunstancias de la vida, a un pequeño pueblo, le reciben con los brazos abiertos y comienza, sin tener el respectivo «permiso», a hacerse cargo de la parroquia local. Ahí, como parte de su viaje interno y externo, descubrirá una tragedia que había sucdedido allí y cómo eso afectó las dinámicas del pueblo.

Bartosz Bielenia es Daniel en Corpus Christi: Pastor o impostor.

Así, con un ritmo pausado pero firme y seguro, Corpus Christi transcurre entre las manifestaciones dramáticas que suceden dentro de sus personajes. Entre las nuevas dinámicas que resaltan entre Daniel y los demás personajes y los pequeños descubrimientos narrativos que vienen de astutos diálogos y expresiones, la película se permite dar un respiro hondo para que todo tenga su merecido desarrollo orgánico. Resulta en tremendo trabajo de exploración de las maneras en que la vida nos hace crecer, entre decisiones difíciles y traumas sin resolver.

El filme, confiado y sin miedo de mostrar las verdaderas personalidades de sus personajes, muestra sus sucesos sin juzgarlos un solo segundo. Cada momento y acción que se ve en la pantalla viene de una exploración impresionante de lo que se representa junto a lo que no se nos dice a nosotros como audiencia; una manera de demostrar que estas vidas ya estaban desarrolladas, con sus propias costumbres y creencias. Pero, sin que se den cuenta de las vueltas del destino, llega una nueva figura que puede derrumbar cualquier pensamiento rígido que las personas del pueblo pudieran tener. Lo mejor: no tiene nada que ver con cuestiones religiosas.

Corpus Christi, más bien, observa los comportamientos humanos de un lugar casi rural, donde las circunstancias más rígidas, específicas del pueblo, se van desvaneciendo. La historia no está para determinar culpables ni quiere presentar los escenarios ideales que lleven a una poco digerible moraleja. De ahí, sucede el viaje del protagonista, quien disfruta de la curiosa posición en la que logró estar y crece él mismo como personaje. Esta es una figura que no pretende salvar a nadie, pero que se toma en serio su posición de encontrar consuelo y perspectivas diferentes de las que las personas del pueblo están acostumbradas (mientras que él tiene su propio aprendizaje). Para conseguir la perfección de las dinámicas, no hay momento que se desperdicie cuando el filme permite adentrarnos entre las emociones internas de sus personajes y las tragedias personales que se vuelven colectivas. Ahí, no hay actuación mala.

Debajo de las vestiduras hay mil historias por contar.

El contenido es acompañado por una puesta en escena (que juega con las casas del pueblo, la soledad y el frío del lugar) de merecida sencillez, pero con toques de grandeza desde su lenguaje visual, que dice más de lo que vemos en primera instancia. Mientras la cámara se coloca en los lugares precisos para denotar las emociones contenidas, el cuidadoso ojo del director, Jan Komasa, evoca las imágenes más sugestivas en los momentos más significativos. Cada secuencia vale la pena encontrarle sentido dentro del conjunto justo de giros narrativos y espacio para que se resuelvan con merecida emoción.

Con Parasite ahí en la conversación, la popularidad de una excelente película podría opacar a otra que está en el mismo nivel de excelencia. Los estilos varían entre temas y ejecución, y resultan válidos justamente por diferenciarse y presentarse de maneras diferentes ante el público. Sin embargo, la callada naturaleza de Corpus Christi merece más que una recomendación por parte de este texto. Más bien, por conseguir un balance increíble entre sus historias y nunca dar la respuesta a las preguntas posibles que podrían plantearse. Porque las lecturas que vayan a hacerse de esta película (cualquiera que sea) solo pueden asegurar el poder narrativo de una historia que nunca estuvo de un lado ni del otro; solo observó y permitió que los silencios hablaran más que las palabras y que estas personas fallaran y aprendieran su lección en el momento adecuado. Ojalá ustedes hagan lo mismo, sin perderse esta película por nada del mundo.

9/10