Cuando están hablando con un grupo de personas, en la oficina, en algún parque o en una reunión de amigos, ¿no han notado que todos siempre tienen una sugerencia, preferencia o una anécdota que contar? Muchas veces, se dan claras interrupciones y se presta poca atención a lo que los demás están diciendo. Eso sucede porque no hay impulso más humano que el de expresar y hacer notar las experiencias pasadas que puedan calzar en el tema de la conversación. Me atrevo a decir, casi como una competencia ante los demás. Piensen en eso cuando las canciones de Cats suenan y se deslizan por el metraje de la nueva, más incomprendida película que jamás se ha visto.

Traída desde Broadway para adaptar al cine, la curiosa mezcla de humanos y gatos atemorizó a toda persona que vio el tráiler y sacó conclusiones sin siquiera darle el beneficio de la duda. Lo cierto es que la impresión de criaturas antropomorfas que cantan y bailan solo es el comienzo de la experiencia que es ver esta película. Resulta la producción más extraña e irresistible que pueda haberse hecho para el final de una década. Siguiendo el negativo pronóstico, tuvo un nefasto recibimiento que la tildó de “aburrida”, “perturbadora” o solo “mala” (sin mucho más argumento, realmente). De lo cual, solo les puedo decir: déjense llevar por la locura.

¿Por qué se ven así estos gatos? Porque son gatos Jelicales. Universal.

Cats va más allá de sus incompletos o incómodos efectos especiales. Esta es una –no– historia que resuena desde lo más profundo de lo que es vivir en este mundo. Una manera de representar las contradicciones que sostienen el balance natural y de dejar claros los sentimientos más crudos que nos caracterizan como personas. Porque estos no son solo gatos, son la representación pura de las características que nos definen como seres vivientes. Los gatos Jélicos son gordos, flacos, de colores, envidiosos, chistosos, amables, tímidos, curiosos, introvertidos, extrovertidos, lampiños, con manchas, jóvenes, viejos, amables, amigables, vengativos, astutos, miedosos, valientes y, sobre todo, orgullosos. Aunque no me lo crean, este es un mundo nuevo, raro, curioso e inentendible que termina siendo bastante conocido.

Cada gato debe defender y explicar por qué es digno de ser el único elegido para ir al reino de los cielos y obtener una nueva vida. ¿El agregado maravilloso? Deben hacerlo a través de canciones que funcionan como argumento propio para conocer las historias individuales, circunstancias y anhelos. Para conseguir ser la elección para una nueva felicidad más allá de este mundo, una que será dada por alguien de cepa superior, a quien se le debe respeto y admiración. Piénsenlo así: ¿acaso no buscamos, día tras día, esa necesidad de ser aceptados y de seguir a alguien a quien consideramos mejor o más elevado? Para los gatos, es la audición de la vida, sobre las cualidades y habilidades que tienen y que deberían completar el alma pura que podrá ascender hacia “algo mejor”. Las capas de significación se agudizan conforme avanza el metraje.

¿Qué es un Jellicle Cat? Nadie lo sabe.

Las canciones, como la vida misma, son inconclusas, nostálgicas y de meras anécdotas que describen a cada gato que las canta. Un punto bajo es al inicio, cuando aparece Jennyanydots, entre ratones y cucarachas, y su número casi innecesario, pero que se olvida pronto para dejar que las mejores tonadas se deslicen por las bizarras imágenes que el filme presenta. Es cuando la canción de Mr. Mistoffelees llega para mostrar el más caluroso acto de fe que se manifiesta en el apoyo grupal e individual ante los ojos de la duda. Estos gatos, por más que canten individualmente, asumen el sentimiento de comunidad y de esperanza que los sostiene y les da vida como seres sociales. ¿Les suena familiar?

Como película, es ingeniosa en su construcción de mundo y en la cantidad de personajes que debe sostener (a nivel de imagen y de efecto visual). Su diseño de producción se adapta con atinada torpeza a las incomodidades del tamaño de los gatos. La fotografía hace transición curiosa entre los escenarios y entre los cuerpos que se mueven en el espacio. Y, de manera genial, la cámara resulta el indicador más importante que nos permite a nosotros, los espectadores, adentrarnos a ese exclusivo universo extraño. Desde una perspectiva escurridiza, parece que somos quienes nos escabullimos, al bajar al nivel de las criaturas, y que subimos y bajamos como solo los gatos pueden hacerlo. Lo técnico incómodo (a lo cual uno termina acostumbrándose) apoya lo magistral conceptual.

Gus, el viejo gato de teatro. Universal.

Así, desde la búsqueda de la aceptación ante un grupo, al anhelo por ir al más allá, por recuperar lo que fue y lo que tuvo éxito, hasta las maneras indescifrables por sostener rituales bailables para Gatusalem, Cats triunfa en casi todos los niveles de significación sin que casi nadie se haya dado cuenta (incluido el visual). Porque la vida es dar un espectáculo ante los demás, sea amigo, familia o algún desconocido; y siempre ser juzgado por eso, sin importar que haya tenido el mejor resultado posible. Y, aunque parezca que nadie nos ve, alguien siempre está observando. De cierta manera, podrían parecer demasiados conceptos para estrujar en un solo metraje, pero no importa una vez que se entiende que, en Cats, no todo debe tener sentido; en especial, la incomodidad del diseño de personajes.

Esta vez, olvídense de las reglas. No se fijen tanto en qué se elige para representar lo que se cuenta, sino en qué quiere decirnos, en un nivel emocional, esta curiosa pieza no narrativa de criaturas probablemente más parecidas a nosotros de lo que queremos admitir. Al final, como lo dijo el mismo creador del musical, esto es solo sobre gatos. No hay que pensarlo mucho, o si es algo bueno o malo; hay que sentir y dejarse ir por ese fascinante mundo de locura, música y contradicciones; mundo en el que, básicamente, ya vivimos.

Los Jellicle Cats esperan ansiosos el Jellicle Ball. Universal.