Frustración e impotencia. Esas emociones que se sienten cuando se es testigo de ciertos sucesos injustos que se desenvuelven frente a nuestros ojos, y sin poder hacer nada al respecto. La manera en que se consideran algunas acciones en las cuales es imposible intervenir o de donde se cruza el miedo personal, por no llegar a ser parte de aquello que consideramos equivocado, pero que sucede de todas maneras. Este tipo de sensaciones son muy frecuentes para despertar el interés en el espectador cuando ve una película; resultan trucos de guion que casi siempre están ahí y se colocan de manera estratégica. Resulta aún más poderoso, en la película Les Misérables, cuando esos sentimientos, por sí solos, se vuelven toda una narración.
Sucede porque la paciente manera de establecer cada detalle narrativo de una historia está reflejada aquí, con el constante avance de la introducción de personajes, mundos y personalidades. Al mismo tiempo, esos detalles son parte de la exposición y representación inimaginada de las calles de París, ese que ninguna otra película se atreve a mostrar. En medio de una salvaje y calurosa ciudad, tres policías hacen su vigilancia habitual por las calles de la ciudad, siempre en problemas.
Esta Les Misérables, el primer largometraje de Ladj Ly, no solo pretende desenvolver sus acontecimientos poco a poco, sino que los coloca con estrategia y solvencia para lo que vaya a venir. No se trata de una mera colocación de caracteres o giros narrativos; más bien, se vuelve la observación respetuosa de situaciones tan reales y acongojantes que uno agradece enormemente verlas solo a través de la pantalla.
Pero esa observación no se queda sin su increíble uso del lenguaje cinematográfico como herramienta de perspectiva y punto de vista. Los cortes entre escenas y la colocación del punto de enfoque permiten que Les Misérables encuentre su personalidad. El conjunto de situaciones, y la manera en que están presentadas, permiten que el contexto propio del momento se eleve como una valiente narración de las injusticias presentes entre las pandillas de París. El resultado de una inspiración desde la novela de Víctor Hugo es más apegado a las descripciones de bajeza y crudeza social que la melancolía del musical.
De ahí, las actuaciones se mimetizan y sobresalen en el entorno realista, crudo e imperdonable de las riñas entre esas pandillas. Pero, al escalar, el filme muestra la prepotencia de aquellos que se sienten superiores dentro de sus puestos de autoridad. El ocultamiento de acciones cuestionables y el tomar la justicia en las propias manos son los detalles que forman parte del constante avance de la película. Ahí, nunca resulta aburrida porque su ritmo permite que la cuidadosa escalada de acontecimientos se sienta más merecida de lo esperado. Culminan la frustración y la impotencia que habían sido la constante narrativa de la película. Excelente.
Al final, sin perder nunca su horizonte (con un final e inconcluso) Les Misérables se acomoda entre rompimiento del paradigma del guion convencional y el balance perfecto entre realidad y ficción con las herramientas de lenguaje cinematográfico puro. Con eso, su narración se vuelve tajante, urgente e insistente. Así es como concreta las maneras en que muestra su historia y logra dejar al espectador sin aliento. Su oscura denuncia queda contrastada con el brillo incesante del sol de verano y el calor agobiante que saca a toda la juventud a refrescarse afuera, donde se encuentran los conflictos más peligrosos posibles.