Esas historias de la realeza o personas que llegan a la corona no siempre van a llamar la atención de todo el mundo. Menos aún si hay batallas pronosticadas para invadir, conquistar o tomar alguna región. Pero cuando están bien logradas, siempre resultan ser historias interesantes, con el agregado visual de la opulencia de época que solo películas con mucho presupuesto pueden lograr. Así sucede con The King, un segundo intento de Netflix de abarcar reyes de siglos pasados que conquistan tierras y deben lidiar con sus existencias entre sangre y ropajes complicados (Outlaw King llegó primero; sin olvidar el camino parecido en personajes de The Crown o The Last Kingdom, ambas de la misma plataforma).
Para esta ocasión, el enganche no venía tanto de la propuesta y los ropajes a inicios del siglo XV, sino la contratación atinada de Timothée Chalamet como buen actor de su generación. Él tendría el papel principal al encarnar a Henry V, rey que asume demasiado joven el trono, con fama de ser heredero irresponsable y de ansias nulas por reinar. Así se plantea una curiosa adaptación de las obras de Shakespeare sobre el mismo personaje, la cual conserva el cuidado uso de diálogos y estado de ánimo de los personajes y del momento histórico para concretar la esencia del filme.
Al centrarse en el viaje interno de su protagonista, The King, como película, consigue entregarse a una personalidad en decadencia, así como la época en la que está ambientada y las acciones y decisiones que se toman a la hora de reinar un pueblo así. La historia responde a la constante depresión como mecanismo de defensa del personaje principal y cómo eso afecta el desarrollo simplificado de un reinado primerizo. La complicación del argumento por un McGuffin inesperado es parte del cuidado hacia los detalles que mueven hacia adelante la trama, siempre con un ritmo espaciado y ceremonioso, reflejo inmediato y constante de su protagonista.
De ahí, el camino y preparación —que se alarga y repite un poco innecesariamente— a una batalla salida de la nada permite que un par de personajes secundarios se desarrollen mejor. Es entonces que la secuencia de guerra no se deja interrumpir por la cámara y transcurre aparatosa, incómoda y hasta fea, como si asemejara la verdadera manera en que estas batallas sucedían. Resulta la manera perfecta en que podría recordarse un evento de esa magnitud y de esos pavorosos resultados.
Pero es a partir de las ideas de una circunstancia inusual, y de un protagonista inusual, que transcurre la historia de Hal, quien debe crecer entre batallas, traiciones y recuerdos de su vida muy poco alegre. El viaje de este personaje se concreta y los diálogos adaptados permiten darle el sentimiento de falsa grandiosidad, cuando lo que se vivió fue muy diferente a lo que los libros de Historia mostrarían en el futuro. Es cuando Chalamet brilla (digámoslo así) porque el semblante frío y despreocupado de Hal queda representado a la perfección con su actuación.
La ecuación más técnica queda completa con una coloración opaca, llena de grises y oscuros, con el cielo siempre nublado, aunque sea de día; y con la magnífica composición de Nicholas Britell quien se permite explorar la oscuridad de la historia con melancólicas tonadas de cuerdas bien afinadas.
Así, The King parece ser una más del montón, pero su tratamiento la eleva considerablemente más arriba de lo que cualquiera que la vea podría sospechar. Por eso, les ofrezco la recomendación para una tarde lluviosa en el sillón, a fin de entrar en sintonía con la película. Pero más allá de ese mood curioso —y un poco deprimente— se esconde una historia de crecimiento humano ante situaciones inusuales y aconteceres desfavorables que perforan las emociones y definen las personalidades de nuestros curiosos antepasados. En ese entonces, nadie se imaginó que los sentimientos quedarían más vigentes que los extravagantes ropajes del momento.