Por Jorge Arturo Mora

Antes que se conocieran, solo compartían la lluvia. Ahora que se conocen, comparten la traición. Y la traición se acompaña de amor, de una química tan extraña como encontrar la belleza en mojarse de camino al taxi después de cenar tallarines. In the Mood for Love recoge la belleza parida de la tragedia. Si como humanos nos maravillamos ante las ruinas de una iglesia que nunca se construyó, no debería extrañarnos encontrar lo hermoso en un romance que nació muerto.

Hace 20 años que se estrenó la más conocida (y en la de menos, la mejor) película del cineasta hongkonés Wong Kar-Wai, un hombre fascinado con la nostalgia y la memoria. En toda su obra, el pasado exhala desde las luces de neón, pero en In the Mood for Love el grito de una historia remota clama en cada segundo, con la hermosura de una melodía clásica que nunca encuentra su acorde final. La historia es tan sencilla como un recuerdo: la señora Chan y el señor Chow se conocen en un pasillo. Ambos no solo residen en el mismo edificio, sino que el hilo que los une no podría ser más triste: el esposo de ella y la esposa de él son amantes.

Como si no fuese una razón suficiente para el llanto eterno, algo debajo de la superficie se esconde. Desde el primer momento en que se conocieron, una química brotó y ambos lo saben. Sus miradas no lo pueden negar. “¿Por qué no habrán sido ellos los amantes?”, parece preguntarse el lente de Wong Kar-Wai. Para jugar el mismo juego, el señor Chow y la señora Chan fingen ser sus cónyuges; recrean posibles escenas sobre el comienzo de la infidelidad. Aunque un día sus parejas se besaron en aquel oscuro puente; ellos no. Aunque una noche sus parejas se fusionaron en la cama de la habitación contigua; ellos no.

¡Y vaya que duele! Porque todo Hong Kong (sus aceras, sus semáforos, sus paredes) espera con el espectador el beso que creemos se merecen… Pero que nunca pasará. Como una fantasía, Wong Kar-Wai teje un recuerdo empolvado, como lo dicen las letras del final del largometraje. Una neblina parece habitar en el lente de la película, como una fuente de humo que cambia una memoria. La señora Chaw podría ser prueba de un falso recuerdo. Es la perfección absoluta. Es un símbolo de pureza incorruptible, a tal nivel que le sería imposible devolver el engaño a su esposo. Y pareciera que el señor Chan acepta su espíritu incorruptible… Pero es difícil asegurarlo.

Como en los recuerdos, las imágenes que aparecen en la pantalla valen por sí solas, sin importar su contexto. Se juzgan acciones y aparecen remordimientos, pero ya qué. Lo hecho está hecho o, en este caso, lo deseado nunca se hizo. Es más: puede ser que la señora Chaw nunca existiese. Que fuese un arquetipo de ese Wong Kar-Wai soñador. Que al igual que su cine, que parece componer una misma gran película, la señora Chaw sea la suma de los deseos y amores del director.

Pero si su cine es un cuerpo, In the Mood for Love es su corazón porque, cada vez que se intenta desempolvar ese espejo que es la mente, puede que la verdad no sea necesaria. Puede ser un pasado creado o ajeno. Puede que quizá, solo quizá, sea una proyección del deseo por amar y ser amado.

 

Colaboró Jorge Arturo Mora, periodista cultural y realizador audiovisual. Redactor en los suplementos Viva y Revista Dominical de La Nación de Costa Rica. Podcaster en Segundas impresiones de la revista de cine DeleFoco.