Cuando se eligen los nombres y títulos que estarán en contención dentro de la temporada de premios -que tanto nos encanta a muchos-, cada artículo y conversación es vital para que las películas sean tomadas en cuenta. Lo que no podemos ver (desde nuestros sillones) es que la conversación solo será guiada por el gusto específico de ciertos grupos exclusivos. Más aún, aquellas películas que pueden promocionarse mejor (o que el estudio apoya económicamente en términos de publicidad) serán las mejor recordadas o están más frescas en la memoria colectiva por aparecer en más anuncios. Eso hace que la transacción política y económica de la temporada de premios sea el «elefante en la habitación» que solo algunos se atreven a jugar, resultando en dejar olvidados filmes que no consiguen patrocinarse a sí mismos, a pesar de sí tener los suficientes méritos propios como para ser tomados en cuenta solo por eso.
Por otro lado, cuando tantos premios precursores deciden programar sus propia entregas antes de la supuesta gala más importante y quieren ser los que predicen el supuesto honor más prestigioso, terminan haciendo al mismísimo Oscar el premio más aburrido de todos. Y no es la primera vez que sucede o se siente así, porque otros años se han repetido ganadores por todo lado y solo van a confirmarse en la gala más popular de todas; paradójicamente, la más «importante». ¿Qué sucede? Los Oscar son los únicos premios que son vistos por la mayor cantidad de gente que no tiene tanto interés por las premiaciones en general. Cuando una película es nombrada como «la mejor del año» por la Academia, el público presta atención; la ganadora siempre tiene una alza en taquilla por la curiosidad de las personas que leen, a la mañana siguiente, los títulos favorecidos.
Y es que ninguna de las demás premiaciones tiene la cantidad de años de premiar el cine de los que se puede atribuir el Oscar. Noventa y dos años de historia de cine hacen que el peso se sienta más y, por tanto, más importante. En todo caso, es lo mediático que le da aún más relevancia cuando se centra en predecir o dirigir la atención a qué y quién logrará el oro de la Academia, que se jacta de elegir lo «mejor de lo mejor» entre tanto que se produce en Estados Unidos. Y he ahí el dilema: la atención popular y mediática es la que sostiene que las decisiones que toman los votantes sean más frustrantes conforme pasan los años.
Porque no se trata de un ente medio fantástico e impersonal que hace la grandilocuente decisión en la noche de la ceremonia. Estas son personas de gustos y opiniones muy diferentes entre sí que colocan sus bagajes en las papeletas de votación que reciben cada año. Aún más antes de eso, se trata de las personas que deben ver los trabajos cinematográficos y decidirán qué fue lo mejor según sus criterios supuestamente profesionales. ¿Qué entra en juego ahí? La disponibilidad de las películas (o sea, que estén disponibles para ver) y la ayuda de los que tienen posibilidades de ver más cantidad y con más tiempo para dar cierto criterio y presentarlo ante el público (sorpresa: los críticos).
Entonces, ya son varios años que el juego es el mismo: la crítica evalúa y da sus posibles candidatas sobre la calidad y preferencia de los demás, mientras las personas buscan, en algunas ocasiones, contradecir las máximas y mínimas de la crítica. Se crea una curiosa rivalidad ante el gusto de un grupo privilegiado y el otro, aún más privilegiado por tener el poder de votación. Algo es seguro: cuando no se sabe qué elegir, porque muchas de las personas que son parte de la industria apenas y tienen tiempo de ver filmes (están demasiado ocupadas haciéndolos), se recurre a las adhesiones que las revistas y periódicos deciden dar a las películas que resaltaron de entre el montón. Sin embargo, esa rivalidad con los críticos se ve clara en desacreditar aquellas películas que los votantes quieren rescatar. El círculo vicioso nunca termina.
Entre tanto, el cambio o avance cultural es poco visible cuando la gran mayoría del cuerpo de votantes de la Academia todavía es de hombres blancos (muchos, mayores) con gustos muy específicos y hasta recalcitrantes. Las narrativas externas que crean los medios para ciertas películas solo se ven ignoradas por esos gustos conservadores y ceñidos en definir cómo se debe ver una película (o actuación) merecedora de elogiar y recompensar con el premio. Falta bastante para que un cambio más general se haga notar; ciertos indicios de mejoría se ven poco a poco en nominaciones y ganes interesantes a través de los años. Esperemos que la Academia nunca deje de sorprender con sus decisiones, sea para mal o para bien.
Al final, la atención a este premio específico es parte de la conversación general que se les da a las películas. Un arte todavía incomprendido y visto solo como un entretenimiento (en constante deformación del gusto por la industria que piensa solo en el resultado económico) y que es posible rescatar por los títulos que los Oscar pueden nominar como algo más relevante y digno de una seria conversación. No hay que olvidar que son ellos (los Oscar) los que reconocen el esfuerzo individual de quienes trabajan en las películas en las «categorías menores» (menos populares), pero que resultan de enorme peso a la hora de terminar un filme. El incentivo a esos puestos «invisibles», donde trabaja gran cantidad y variedad de personas, es importante. Por eso es que pesan los errores y se exige un cambio y dirección adecuada que se alinee con los avances sociales, culturales y hasta políticos del momento.
Y para los que nos encanta el juego y las emociones de los resultados finales, siempre es bueno recordar la banalidad y superficialidad de cada momento que sucede en pantalla durante la gala más glamurosa. Recordar que solo es una noche y que puede verse con la emoción del instante, sin dejar que eso interrumpa los gustos y opiniones propias fuera de la conversación que sucede alrededor de estos premios. Sin embargo, para eso están, ¿no? Para hacer feliz a muy poca gente a la hora recibir sus honores y para entretener a millones que se involucran y disfrutan de la felicidad de los demás; ese es un sentimiento que vale la pena rescatar. Entre tanto, que la elección de los títulos se vuelva más una charla sobre la importancia de las películas y cómo estas pueden ser relevantes de las maneras más inesperadas; y que estas ceremonias sean solo un recordatorio de que ellas mismas son algo pasajero que refuerza las amistades que se forman en ese genial lugar común: el amor al cine.
Un par de datos e injusticias extra:
–Las cuatro categorías que premian las actuaciones están más que definidas; sin embargo, los ganes se sienten más como retroactivos de papeles anteriores que han sobrevivido el paso del tiempo y que verdaderamente fueron excepcionales en sus respectivos años. (1) Laura Dern está ganando por cualquiera de los personajes que actuó con David Lynch o por su genial papel en Jurassic Park. (2) Joaquin Phoenix brilla esta vez por actuar más física que psicológicamente, como en sus brillantes interpretaciones en Gladiador y The Master, dos películas que hoy se recuerdan con mucho entusiasmo. (3) Brad Pitt lo merecía hace mucho tiempo ya, y este año gana en espíritu por su papel en Moneyball, la mejor actuación de su carrera. (4) Renée Zellweger (a diferencia de los anteriores, que estarían ganando por primera vez) ya tiene un Oscar y este año es ridículo que la narrativa haya sido que ella ganara por una actuación realmente mala en Judy; cualquier otra actriz de las nominadas debería estar por encima de ella.
–Y es una lástima no prestarle atención a la que podría ser la segunda mejor actuación de Leonardo DiCaprio en Once Upon a Time in Hollywood (su mejor, claramente, es la de The Wolf of Wall Street).
–Diseño de vestuario deberían ser para Little Women, no solo porque se trate de una película de época, con vestidos y ropajes extravagantes, sino porque las ideas y conceptos de la historia se cuentan, también, a través de tan genial juego de telas. Al igual que guion adaptado, por el trabajo de trasladar tan bien una obra literaria clásica a lo contemporáneo.
–Los primos Randy y Thomas Newman, compiten en la misma categoría este año, por banda sonora. Randy ya ha ganado dos veces en mejor canción original (con 22 nominaciones en total, entre canción y música); mientras que Thomas, nunca ha ganado el Oscar (con 15 nominaciones), solo para ser derrotados por la que sería solo la tercera mujer en ganar esta categoría, Hildur Guðnadóttir y su espectacular composición musical en Joker.
–La agradecida originalidad de tres de las nominadas a mejor película animada es digna de ser reconocida. Cualquiera, Missing Link, Klaus o Perdí mi cuerpo, serían ganes merecidos y de mucha alegría. En predicciones, Klaus lleva un poco la delantera.
–La única nominación de The Lighthouse jamás será suficiente, pero es el premio de consolación para que se la recuerde y se le preste atención una vez que estrene en Costa Rica en marzo.
–Creo que es justo que Avengers: Endgame sea la primera película de Marvel a la que se le reconozca el premio a mejores efectos especiales. Después de todo, es la más taquillera en la historia del cine, casi nada. (Para mi tristeza, lo más probable es que 1917 se lo lleve).
–Guion original está difícil, con dos historias estructuradas a la perfección, Parasite y Knives Out, de diálogos memorables y con ideas apropiadas para la contemporaneidad fílmica, social y cultural.
–Y mientras estamos en esas, Parasite merece todos los premios que se le den y más (incluidos reconocimientos por las increíbles actuaciones, fotografía y música original, ignoradas aquí, en los Oscar). No olvidemos que, lastimosamente, 1917 es la elección más segura para ganar película y director.
¡Felices 92, Oscar!
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