Empezar diciendo que las historias de guerra ya están utilizadas hasta el cansancio sería repetitivo y predecible de mi parte. Decir que las maneras de tratar un tema deberían depender de cómo se aborde y cómo se le da forma para que tenga sentido en sí mismo es mantra infalible para quienes vemos mucho cine. Pero llegar y ver que las películas mismas no cooperan cuando se trata de encontrar las nuevas maneras de profundizar en las historias ya conocidas es un poco cansado. Le sucede, con mucho pesar, a la tan esperada película de la temporada de premios, ambientada en la Primera Guerra Mundial.

El caso de 1917 se va solo en eso: la grandiosidad técnica que hubo durante la producción y filmación de tan esperada película. Venida de un grande del cine, Sam Mendes, quien tiene películas pequeñas y grandes en su carrera como director, 1917 es parte de un discurso y mucha bulla externa y una manera de probar que él puede lograr cierta majestuosidad técnica. Al tratarse de un —falso— plano secuencia que cuenta el viaje de dos soldados que deben entregar el urgente mensaje para cancelar un ataque militar en contra de los alemanes a la mañana siguiente. Hasta ahí la premisa y, francamente, el resto de la película; no hay mucho más que eso y no lo digo con mucho entusiasmo.

La inmersión de 1917 funciona solo a veces. Universal

Las tramas sencillas no necesariamente llegan a una simpleza o superficialidad en detrimento de la calidad final que se ve en pantalla, se les puede atribuir una profundidad conceptual cuando logran hablarnos más allá de lo formal. Sin embargo, y sin querer quitarle méritos a la buena idea de Mendes (junto con su coguionista, Krysty Wilson-Cairns), el caso de 1917 se va un poco solo con la bulla de sus logros y complicaciones técnicas mientras deja botada una historia de supervivencia y de enorme tensión. Aunque hay que admitir que sí hay cierta tensión que se siente a lo largo de varias secuencias gracias al apoyo de una fotografía sorprendente y constante música inteligente que construye ansiedad y momentos grandilocuentes.

Entre las maneras ingeniosas con las que la cámara seguirá la acción y en cómo se  acomoda al avance de los personajes, el resto parece no avanzar en términos narrativos. Todo el equipo de producción está tan preocupado por dejar bien puestos los encuadres (a veces, bastante forzados) que a nadie se le ocurrió preguntar qué significaban o cómo se amarrarían los temas de la película a sus imágenes. A eso se le suman las apariciones aleatorias de actores reconocidos que no tienen más de cinco minutos en pantalla y solo funcionan como piezas fáciles que deberían darle dinamismo al metraje, cosa que no sucede. Se salva George MacKay, quien no se lleva el peso del filme en sus hombros, pero se le nota comprometido con sacar la tarea de su personaje, mientras que a la película misma no parece importarle.

George MacKay y Dean-Charles Chapman son los dos soldados que deben entregar el mensaje urgente. Universal.

Entonces, mientras transcurren sus dos horas, 1917 se cae solita y no logra levantar el viaje emocional que debería ser el enganche principal para la audiencia. Podría verse más como una narración testigo y adentrarse uno, como espectador, en una especie viaje de sensaciones que de conexión con personajes. Pero no consigue sostenerse ni así (cosa que sí lo logró magistralmente Dunkirk hace un par de años al funcionar con pura adrenalina sensorial) porque está demasiado preocupada por dónde dirigirá la siguiente secuencia de la supuesta toma sin cortes.

George MacKay da una buena actuación como protagonista en 1917. Universal.

Salvo por el espectáculo (¿o tragedia?) y casi clímax de la carrera final (bastante merecida, debo admitir), 1917 no logra terminar de encuadrarse como una significativa pieza sobre la guerra más allá de su impresionante logro técnico. A veces, más bien, parece demasiado grandioso y épico como para verse verosímil dentro de su universo (no) imaginado. Los momentos íntimos y, sobre todo, supuestamente más humanos son demasiado forzados y puestos ahí sin una organicidad dentro de la historia. Al final, sin mucho más que contar, queda como pieza de cine que emociona en el momento y se deja ver (ojalá en la pantalla más grande que encuentren), pero que no deja ninguna huella o marca demasiado profunda al salir de la sala como para atribuirle el calificativo de imperdible. Lástima.

6/10